22.3.11

Morcheeba @ Luna Park, 2011.Mar.21

photo: Agustín Dusserre @ RollingStone


21.00, estoy llegando a las inmediaciones del Luna Park justo a la hora acordada, cuando me llega un SMS diciendo "Retrasada estoy": al igual que había ocurrido semanas atrás en ocasión del recital de Kate Nash, la rubia me iba a clavar una media hora esperándola. Decí que justo ahí en la puerta me crucé con José, pibe al que había conocido en cierto evento literario allá por 2008, y la charla con él amenizó la cosa. Eventualmente Clara llegó, acompañada por Flor, y enfilamos para adentro del estadio. Encontramos nuestros asientos y, cinco o diez minutos más tarde, la banda subía al escenario.

Arrancaron con una hipnótica The Sea, tras la cual Skye se dedicó a saludar al aburrido público porteño e instarlo a que se pusiera de pie. Y entonces se paró toda la platea, pero no se les movió un solo pelo cuando empezó a sonar Friction; si hace unos meses me había quejado vía Twitter de lo poco que estaba bailando la gente con Thievery Corporation, anoche no hice lo mismo por el simple motivo de que no me entraba en la cabeza cómo era que no había uno solo que se estuviera moviendo. Amargura en estado puro. Recién cuando llegó el hitazo (Part of the Process), promediando el setlist, la audiencia pareció encenderse. No por mucho: cuando, minutos más tarde, Skye pretendió que su público cantara junto a ella en Beat of the Drum, ya estaban todos de vuelta en sus asientos.

De cualquier manera, debo decir que gran parte de la responsabilidad de esto corresponde a la productora. Evidentemente, acá no tienen la más puta idea de dónde hacer cada espectáculo. Así como Niceto o La Trastienda habrían estado mucho mejor que el Coliseo para el show de Kate Nash, lo mismo ocurre con Morcheeba: ni por asomo se trata de una banda para que la gente esté sentada; y mucho menos para tener que bancarse el sonido de mierda del Luna Park. Creo que no tardé ni diez minutos en recordar por qué no pasaba por ahí desde 2005, cuando salí puteando tras el recital de Placebo.

Hechos los descargos, entonces, prosigo: contra todas las adversidades, la banda se las arregló para ser una maravilla. Tanto, que llegué a twittear que "Ni siquiera el sonido de mierda del Luna Park puede evitar que Morcheeba (y sobre todo Skye) sea sensualidad en estado puro". Y es que, cuando trato de pensar en música+sensualidad, se me vienen a la mente algunos temas de Thievery Corporation o St. Germain, Joss Stone, BB King, Zero 7 o Soda Stereo, etcétera, y la discografía entera de Morcheeba. Y, claro, Skye es un factor determinante: no sólo por esa voz magnífica que tiene o su técnica vocal, sino también (y anoche quedó bien clarito) porque cuando se sube a un escenario deja en plena evidencia el carácter y la actitud que la sostienen. Desde su acercarse a la cámara para un close-up a los zapatos con los que estaba a punto de saltar por todo el set, hasta los mini-breaks en medio del show para firmar (y hacer firmar) autógrafos o el referirse al público masculino como "chongos" y ni siquiera trastabillar ante la carcajada general.

Finalmente, y como no podría haber sido de otra manera, el espectáculo encontró un cierre bien arriba con los dos éxitos más moviditos de los británicos: Be Yourself (con un sorprendente corte en el medio para escuchar a la vocalista entonar unas líneas harto familiares, algo así como "Hey, Mr. DJ, put the record on...") y un medley que empezó con un cover (del cover) de Jimmy Clifff (de Johnny Nash), I Can See Clearly Now, y terminó con Rome Wasn't Built in a Day; ahí sí, por fin, gran parte del público logró despegarse de las butacas y ponerse a bailar. En otras palabras: el cierre perfecto, un final feliz.


14.3.11

Una visita al correo, un dulce mensaje en el buzón

"El dulce mensaje" es el subtítulo de PostData, un bar sito en Azcuénaga al 1700 y uno de mis rincones favoritos de la ciudad. Ya desde antes de entrar al local los ojos son doblemente caputrados: en primer lugar, un sticker que lo certifica entre los más votados de 2010 de la Guía Óleo; en segundo, y acaso mucho más relevante, todas aquellas cosas que podemos ver contra el cristal que del interior nos separa, una bien cuidada mixtura de cosas dulces y bolsitas de regalo, sillitas y buzones de miniatura, algún verde, alguna tetera, todo muy cute. Una vez adentro, podemos ver cómo se despliegan y multiplican a través de todo el salón distintos objetos e imágenes, palabras, en fin, una extensa y variada serie de referencias al correo postal. ¿Y por qué el correo? En la carta podemos encontrar la "razón por la que PostData existe y es lo que es":
El correo, un sitio que antiguamente ofrecía el importante y especial servicio de comunicar personas unidas sentimentalmente pero separadas geográficamente, cada día pierde más su verdadero sentido. Es por eso que los mensajes que llegan ya no son los mismos de antes.

Con ánimo de rescatar la historia, se relaciona la pastelería artesanal con las cartas escritas a mano enviadas por correo. PostData busca recordar, para no olvidar, lo que se es capaz de hacer con las manos.

Es por eso que en cada plato, en cada creación pretendemos enviarte un dulce mensaje que refleje nuestro compromiso de ofrecer algo único y especial... 
Así, los collages de estampillas en el fondo, el avión y las cartas suspendidas en el aire, los pequeños buzones que nos traen la cuenta, etcétera, cobran toda una nueva dimensión significativa; y emotiva. Y es que, en efecto, salir a comer o a tomar algo necesita un poco de eso: es una experiencia para vivir con todos los sentidos, en donde son igualmente imprescindibles la buena comida como la buena compañía, un ambiente y un servicio amables y acordes a nuestra disposición anímica; y en estas dos últimas categorías no hay quien le gane a PostData. Hay que conocer el lugar en primera persona para poder comprender de qué estoy hablando: es como entrar en un mundo mágico que casi imperceptiblemente lo va envolviendo a uno, desde la temática y los colores entrando por los ojos hasta los aires de jazz que llegan a nuestros oídos, el universo PD ya en vínculo simbiótico con el espíritu propio.

Pero, claro, en virtud de lo dicho hasta aquí, para hacer que esta experiencia valga la pena, nos está faltando algo imprescindible: la parte gastronómica. Las cosas dulces, debo decir, son de las mejores que he probado en los últimos años. Desde la bomba chocolatosa que es la torta trufada hasta la delicadeza frutal de la tarteleta de pera, pasando por unos macarons y unos cupcakes únicos e inigualables, cada pequeña creación  encuentra su balance perfecto del dulce porteño y la sofisticación parisina, todas y cada una de ellas ideales para un bocadillo de media mañana o una apetitosa merienda. Si la idea es un almuerzo ligero, la oferta de ensaladas, wraps, bagels y sandwiches aptos para el paladar más exigente: combinaciones clásicas y no tanto, frescas, punzantes, seductoras, complacientes, meticulosamente armadas para la satisfacción de los más diversos gustos.

Para acompañar los dulces, probablemente la mejor opción sea elegir entre los cinco blends de Tealosophy que vienen en carta aparte. Si buscamos algo más refrescante, los distintos jugos caseros que se nos ofrecen son uno más maravilloso que el otro, y son también el complemento ideal para, por ejemplo, una rica ensalada. Quizás el punto flojo, la decepción, lo encontramos en el café: hasta no hace mucho tiempo  provisto por Lavazza, ahora sólo queda el cartel al frente del local, mientras que de la infusión se hace cargo la Central de café: un colombiano con mucha acidez y poco cuerpo que no está a la altura de la cocina de PostData.

UKTV 2011

Hace un par de meses, tratando de conseguir un lugar de donde descargar el piloto de Lewis, me crucé con un tracker destinado a las producciones de radio y televisión británicas. Como evidentemente no me gasté en leer FAQ & rules al crear mi cuenta, a las pocas horas de estar usándola me las vi con problemas de share ratio. Empecé a buscar la forma de solucionar estos issues, y descubrí que, curiosamente, lo mejor que podía hacer era seguir frenéticamente bajando cosas, aunque no exactamente lo que yo estaba buscando; el resultado: terminé descubriendo un montón de cosas que lograron captar mi atención. Paso a hacer un caprichoso top five  de los estrenos televisivos del Reino Unido de este año:


Como buen descendiente de japoneses que soy no puedo desconocer el origen de mi sangre. Algo de japonés hablo, tengo un mínimo background cultural (sobre todo gastronómico), incluso pasé un mes en suelo nippon hace algunos años; sin embargo, siempre me quedé con la sensación de que necesitaba saber mucho más sobre la vida en las tierras de mis ancestros. Cuando descubrí la existencia de este documental en tres partes no pude sino aprovechar la oportunidad. La propuesta es bastante simple: Justin viaja a Japón a "vivir como japonés", yendo a lugares y haciendo cosas que no son exactamente for export. Si bien no descubrí nada sustancialmente nuevo, debo confesar que sí me he sorprendido en varias ocasiones por los extremos a los que estos tipos pueden llegar. En definitiva, Justin Lee Collins: Turning Japanese es una excelente oportunidad para descubrir la otra cara de esa sociedad tan idílica que se nos pinta en general. Y, si descubren que los tipos que aparecen acá tienen poco y nada que ver con lo que desde el terremoto nos cuentan los medios todo el tiempo... bueno, ambas caras son igualmente representativas del japonés promedio.

El chef Hugh Fearnely-Whittingstall es un viejo conocido para los televidentes británicos, al igual que sus preocupaciones por el origen y la sustentabilidad de la producción de las materias primas que llegan a nuestra cocina. Esta vez, lo que inquieta a Hugh viene del mar: las especies en peligro, las restricciones y los problemas de la pesca, y la paupérrima variedad de pescados que se consumen masivamente en el Reino Unido. Decidido a hacer algo al respecto, nos preparó un documental (también en tres partes) en el que se dedica a embarcarse en buques pesqueros, visitar criaderos, llevar alternativas gastronómicas a la gente, organizar manifestaciones e interpelar a políticos y grandes empresas, con la finalidad de diversificar el consumo para proteger a las especies amenazadas y frenar lo que él mismo describe como "una locura": las toneladas de peces muertos (muchas veces, irónicamente, los más demandados) que son arrojadas de vuelta al mar. Ver las imágenes me produjo verdaderos escalofríos. Y también me dio ganas de comer pescado, por lo cual me vino fantástico el bonus track de este documental: las Jamie's Fish Suppers, diez emisiones de tres o cuatro minutos en cada una de las cuales el gran Jamie Oliver nos trae un plato de pescado distinto.

Hace varios años que Brendan O'Carroll viene interpretando el papel de Agnes Brown, y era hora ya de que la ¿querida? ama de casa llegara a la pantalla chica. 2011 parece ser el año elegido, y vaya si ocurrió de buena manera. Mrs. Brown's Boys es una sitcom, como cualquier otra, y a la vez no. Por empezar, es irlandesa; eso significa que cuesta tres o cuatro veces más que con una yankee o una inglesa entender cada puta palabra que se dice. Y digo "puta" porque se lo merece: la palabra más frecuentemente dicha en la serie debe ser algún equivalente de las tierras de San Patricio. Además, en los seis episodios se usan sólo tres escenarios de interior, muy convenientemente dispuestos el uno al lado del otro. Esto lo podemos ver en algún paneo, o con alguna cámara cruzándose por el lugar equivocado en el momento equivocado, para dar lugar así al gag indicado por parte de nuestra protagonista. En cuanto al libreto, baste decir que nos encontramos ante una versión irlandesa y malhablada de la típica idishe mame y la convivencia con sus ya creciditos hijos... y el abuelo, pobrecito, víctima de casi todas las maldades y bizarreadas del guionista (y también de Agnes). Sencillamente imperdible.
Cuando vi que podía descargar algo que se llamaba como la canción de Morcheeba y estaba en la categoría de documentales ni lo pensé. Hitteé el link y a esperar una media hora a ver de qué se trataba. Y vaya que me llevé una sorpresa. ¿Roma no fue construída en un día? No, claro, obviamente suena a imposible; pero acá nos tiran evidencia concreta. Lo que vamos a ver en este documental/reality es un grupo de seis obreros (o cinco y un capataz) reclutados en pleno Siglo XXI para construir una típica residencia romana... con los materiales y tecnologías de las épocas de Jesucristo. Y tienen seis meses para hacerlo. Al tiempo que podemos divertirnos viendo el desarrollo de las relaciones interpersonales de los obreros y sus avances (y retrocesos) en la obra, vamos descubriendo junto con ellos las maravillas del ars architectonica de los romanos. Entretenido y educativo, este programa es, para mí (estudiante de filosofía antigua, por lo demás), un verdadero must.

Sinceramente, no sé qué decir. Que nunca en mi vida me había reído tanto viendo TV. Que vuelvo a verlo, una y otra vez, y me sigo riendo tanto como la primera. Que algunas de las performances son absolutamente geniales. Seguramente, recordarán Whose Line Is It Anyway?. Bueno, Fast and Loose es un show de improvisaciones que va en esa línea. Y, en lo que respecta a mi recuerdo de Whose Line...? (en su versión yankee, la inglesa la estoy empezando a ver recién ahora), esta nueva serie de la BBC Two le pasa el trapo. Y para qué seguir malgastando el tiempo (el de ustedes, lectores, y también el mío) escribiendo si, dicen, una imagen vale más que mil palabras. Les dejo, entonces, dos videos para que se descostillen de la risa. El primero consiste en improvisar una escena, pero... bueno, el juego se llama Forward, Rewind, imagínense. El segundo es el Interpretative Dance, en donde un tipo baila la letra de una canción y otros dos (que evidentemente no la están escuchando) tienen que adivinar cuál es.



12.3.11

My new favourite... restó

Y sigo pateando los posts que tenía previstos. Ya escribiré sobre la TV británica y Let England Shake, pero hace unas horas, por segundo viernes consecutivo, tuve la oportunidad de cenar en Due Resto Café, un local chiquitito en Barrio Norte, Juncal casi Pueyrredón, imperceptible para el transeúnte distraído, inevitable para el buen observador: basta con mirar las mesas completas y las caras de satisfacción y goce de sus ocupantes para darse cuenta de que es un lugar digno de ser tenido en cuenta.
¿Por dónde empezar? ¿Por los exquisitos pinchos de pulpo grillado que tuve por entrada la semana pasada y esta noche ya no figuraban en el menú, porque les tocó ceder su lugar a otro delicioso plato con base en el mismo molusco? ¿Quizás esos ceviches de sabores tan delicados, las patitas de cangrejo, los platos de fiambres? ¿O los principales, carnes y peces y pastas para elegir con los ojos cerrados, total, todos son para rechuparse los dedos? ¿Los manjares de postres?
Ya que estamos, también es digna de mención una de las paneras más ricas que me he cruzado en el último tiempo. Pero no. Primero lo primero: hay que entrar al local. Al principio no parece una tarea sencilla, dado que la puerta está cerrada con llave y, habiendo sólo una persona para atender caja y mesas, la cosa puede demorarse algunos segundos; pero ni bien se abre la puerta llega la recompensa, en forma de una muy cálida y descontracturada bienvenida. 

Una vez adentro, ya sentado a la mesa, me dispongo a abrir la carta: seis entradas, cuatro postres, una decena de principales y otro tanto de vinos. Sumamente reducida, si pensamos en la media de los restaurants porteños, y sin embargo el problema que se me presenta no es cuantitativo; de hecho, casi diría que habría preferido encontrarme con dos o tres menúes fijos y no verme obligado a elegir una entre las decenas de combinaciones posibles, todas ellas igualmente tentadoras. De raíces itálicas y mediterráneas, cada uno de los platos llama la atención por esos toques de autor que sólo un verdadero chef sabe darles. Porque, a diferencia de lo que ocurre en muchas ocasiones, acá no nos encontramos con nombres rebuscados y "novedosos" para viejos conocidos (más bien leemos cosas como "spaghetti con frutos de mar", "mero a la vasca", "mollejas crocantes con miel"), sino que el arte radica en los ingredientes y sus mixturas.

Para amenizar la espera de los primeros platos hace su grandiosa aparición la magnífica panera, salida directamente del propio horno. Y ya en cada uno de estos panes podemos empezar a disfrutar de lo que, a mi juicio, es el sello de Due: ese gustito a lo artesanal, a eso que, sin perder una pizca de sofisticación, sigue siendo, esencialmente, casero; es como si, después de décadas en la cocina, la nonna se hubiese aventurado a visitar las más prestigiosas escuelas de gastronomía para darle nuevos toques a sus memorables almuerzos domingueros: un golazo, tan grande como el de Maradona a los ingleses, o el cabezazo de 40 metros de Palermo.

No me voy a detener en una descripción de las delicias que he comido en Due, más que nada porque no tengo ganas de que después alguno de mis queridos lectores se decepcione al no encontrarlas en la carta. Sí, en cambio, puedo decir que ha sido muy parejo (y muy bueno) el nivel de todo lo que allí he probado en las, si no muchas, tampoco pocas ocasiones en que he ido. Y también mencionar que, a diferencia de lo que suele ocurrir en cualquier restó clasificado como "de autor", las porciones son abundantes. Lo que quiero decir con esto es que yo, que vaya uno a saber si tengo un buen paladar, pero que es indubitable que tengo un buen apetito, siempre me fui con el estómago lleno- y el corazón contento. Esto último, claro, no tiene que ver sólo con lo saboreado: la atención, acaso "poco profesional", es sencillamente excelente; y, last but not least, pocas cosas son más gratificantes en un restaurant que mirar a través de la ventana de la cocina y ver que los dos o tres tipos encargados de preparar nuestra comida están, sobre todo, pasándola bien.


Claro, no todo en la vida es color de rosas, y Due no es un lugar perfecto: la carta de vinos resulta un tanto pobre (lo cual no quiere decir "mala": es reducida, no hay ningún extraordinario, deja con ganas de algo más, pero en ella suelen encontrarse muy buenos acompañantes para cualquiera de los platos), y el local, cuando se llena (cosa que pasa a menudo), es bastante ruidoso. Obviamente, esto no impide en absoluto que, cada vez que me voy, lo haga con intenciones de volver pronto.

9.3.11

La muerte de la privacidad en la era 2.0

Este post fue escrito el jueves de la semana pasada, pero por algún motivo, en vez de publicarlo, lo guardé como draft. Después de atravesar algunos días de tragedias y enfermedades, todavía volando de fiebre, lo releo y me da la sensación de que se merece su lugar en la www. Aquí va, entonces, con algún mínimo retoque:


Este mediodía, mientras caminaba por el centro porteño y terminaba de diagramar mentalmente lo que iba a ser el próximo post de este blog, no tuve mejor idea que agarrar el celular y darme una vuelta por Twitter, donde me encontré con el gran @capitanintriga marcando tendencia con una #CharlaDeBar. Debo decir que me sacó una sonrisa. Lo mismo ocurrió un rato más tarde, cuando publicó el siguiente tweet:
Los que disfrutaron , no se pueden perder cuando hice lo mismo, pero grabando en video: 
 Y, de repente, sentí que no podía sino postergar lo que tenía planeado postear sobre la UK TV 2011 para en su lugar dedicar mi reflexión y escritura a esta ¿horrible? sensación de exposición y vulnerabilidad que se me hizo palpable recién a partir de la genialidad del glorioso Capitán. Y aclaro desde un principio: ahí dice "genialidad" porque sinceramente me ha maravillado, deslumbrado, descostillado de la risa; no veo en el individuo puntual un problema sino una virtud, la capacidad de saber explotar los medios y las tendencias, el saber posicionarse en el mundo: nunca son los actos de una sola persona los causantes de nada (y acá podría hablar de Hitler o Perón, etcétera, pero no es ese tipo de política lo que me interesa tratar en este momento). El problema, evidentemente, pasa por otro lado.

Como buen snob y puanner podría (y acaso debería) empezar a plagar esto de quotes de los Grandes Pensadores, pero la verdad es que mucho no me interesa hacerlo. Y es que, por un lado, no quiero faltar al medio y entonces conviene que esto salga así, casual, con la inmediatez de lo improvisado, con la informalidad de aquello que es escrito al pasar, para ser posteado, leído, luego olvidado; pero por otro, y principalmente, la falta que no quiero cometer es para con las palabras ésas que hay un párrafo más arriba: la sensación de exposición y vulnerabilidad. ¿El título del post invita a lo otro? Posiblemente. Poco me importa. Eventualmente, escribiré (o no) algo al respecto que se ajuste a los parámetros de la academia.

Sensaciones, entonces: fines de los '90 y Jim Carrey encarnaba al pobrecito Truman, posta que pobrecito, uno se compadece ¿vio?, porque es terrible lo que le hacen, y no mucho después llega la sorpresa macabra ante esa gente que quiere ser Truman y aparece en una infinidad de realities que proliferan por doquier, o los que se exponen al mundo mediante Fotolog, YouTube o YouPorn, etcétera... y, de repente, el horror: los que, sin quererlo, son Truman, las víctimas de un voyeurismo viralizado y entonces gozado por cientos, miles, acaso millones de internautas. Y, en realidad, ni siquiera hace falta recurrir a ejemplos tan extremos: puedo borrar los tags, puedo borrar mis cuentas en todas las redes sociales, pero todas las fotos, videos, tweets, notas, en fin, todas las publicaciones que contengan mi nombre o mi imagen, van a seguir estando ahí.

Acá no hay Thought Police, no hay un Big Brother de cuyo ojo esconderse; a diferencia de la distopía orwelliana de 1984, acá de lo que nos tenemos cuidar es de los ojos de todos y cada uno de nuestros congéneres, ésos que alimentan día a día nuestra perversa necesidad de observar la vida de los otros desde las sombras, a través de una pantalla y en el más profundo de los anonimatos. Y me preocupa. Es como si la única forma de tener algo de privacidad fuese irse al Ártico y, como Superman, hacerse una Fortress of Solitude.




PS: por lo demás, también está ese otro caso, tan controversial, llamado WikiLeaks: ese sitio donde se hacen públicos contenidos que deben mantenerse privados. Es decir, estamos hablando de todas cosas que veíamos en las películas con sellos y etiquetas de "Confidential", "Top Secret", etcétera, y que cada vez que caían en manos de un civil (o un enemigo) se desataba la tragedia; obviamente, no pretendo plantear un escenario de catástrofe hollywoodense, pero a juzgar por las repercusiones que ha habido en el ámbito político y en materia de relaciones internacionales, al menos da lugar para la reflexión. Ni que hablar si a estos manes, como al amigo Ventura y cía, se les ocurre agarrar el Photoshop para inventar la evidencia de una supuesta información.

2.3.11

Había una vez... un hada de los zapatos

The Shoe Fairy (Robin Lee Yun-Chan, Taiwan, 2005)   
Ren yu duo duo


Casi por casualidad terminé viendo esta maravilla en una noche de BAFICI allá por el... ¿2006?, en que me quedaban un par de horas para rellenar y entonces por qué no ver esta china que pinta bien. Acaso dirigida a una platea infantil, lo cierto es que esta película no sólo es apta sino también recomendable para todo público: de un modo muy inocente, con pocos diálogos, a través de la narración de un tal Andy Lau (quizás lo recuerden de películas como La casa de las dagas voladoras) y una fotografía brillante, The shoe fairy se las arregla para interpelarnos a todos, sumergirnos en una profunda reflexión sobre cosas tan básicas como los vínculos humanos y la felicidad.

La historia que vemos en pantalla, haciendo justicia a su título, no es más (ni menos) que un simple cuento de hadas: Dodo es una pequeña niña imposibilitada de caminar que pasa sus días escuchando los relatos de los libros que le leen sus padres; inmersa en ese universo, como la Sirenita, ella también sueña con tener un par de piernas que le sirvan para poder desplazarse por el mundo. Finalmente, la ocasión se presenta: un experto cirujano le realiza una operación sumamente exitosa, obteniendo por resultado su ingreso al mundo de los bípodos. A partir de ese momento nuestra protagonista (además de comenzar a desarrollar una obsesión por los zapatos) se dedicará a explorar los caminos de una vida normal, enfrentando las más curiosas peripecias en su trabajo y conociendo a su príncipe azul, con quien sienta las bases y comienza a recorrer su "vida por siempre feliz"; hasta que, con la escena más bizarra de la película, cae la noche. A partir de este punto, todo lo que hasta el momento era color de rosas (y violetas, claveles, jazmínes, orquídeas, petunias... en fin, cualquier colorida flor que esté al alcance de nuestra imaginación) emplieza a ensombrecerse y (literalmente) apagarse; lo que queda: el tortuoso tránsito de la angustiada Dodo y sus seres queridos a través de la oscuridad, en busca de esa luz que, aunque no se vea, sabemos que siempre está al final del túnel.


Varias son las cosas que tienen que convergir para hacer de este film una pequeña maravilla: grandes actuaciones de la totalidad de su reducido elenco, un guión simplón hermosamente materializado a través de las cámaras y los decorados, poca y muy efectiva música incidental, y un excelente desempeño por parte del verdadero protagónico: Andy Lau y su narración en off. El resultado, como ya hemos anticipado, es un mundo de ensueño, de fantasía, lleno del brillo de cada uno de sus personajes y sus colores, en donde tiene lugar una historia tan conmovedora como maravillosa, en fin, un mundo en el que podemos sumergirnos durante 90 minutos para luego salir con una de esas sonrisas complacientes producto de la sensación de una cierta plenitud en el espíritu, ésas que sólo aparecen cuando con los ojos de un adulto podemos disfrutar de una joyita del cine ése que, también, es para niños.

Salvando las distancias, el universo de The Shoe Fairy trae una cierta reminiscencia a aquellos mundos fantásticos de Tim Burton en, por ejemplo, Big Fish, Charlie and the Chocolate Factory o Alice in Wonderland. En efecto, bien podríamos encontrarnos ante una creación de Burton pasada por salsa agridulce, salteada en un wok, y servida en un tazón para comer con palitos.